Fuera
de la casa, de frente a la puerta principal, duda si echar la llave. Meses preparando
ese momento, y siente el fracaso llegar en forma de pequeños detalles. En un instante se rehace, se calma y gira sobre sí
misma. Allí están sus hijos, cogidos de la mano a la intemperie, muertos de sueño, frío y
miedo. Marcos habla a su hermana, intenta reconfortarla, le dice lo que su
madre no para de repetir, que papá se reunirá con ellos mañana.
María
coge a sus hijos, cada uno de una mano, y avanza calle abajo, hacia el extremo
oriental de la urbanización. Más allá el camino continúa, pero no así el
alumbrado. Hace frío, se detiene para asegurarse de que los niños están
adecuadamente abrigados, ajusta sus gorros, abrocha aquí y allá los botones
perezosos de sus abrigos, les abraza y les dice que tienen que ser valientes.
Pilar a duras penas puede contener sus lágrimas, se siente triste y
desorientada, pero nota la mirada severa de su hermano sobre ella y no quiere
defraudarle.
Las
obras de la fase seis de la urbanización comenzarán el año que viene y el
camino se interna en un paisaje desértico y silencioso. María se detiene, se
agacha para pedir a sus hijos que se cojan de la mano y no se separen de ella.
De una mano el mayor de sus hijos, de la otra una pequeña linterna que acaba de
sacar de su bolso y con la que apenas puede anticipar unos metros del camino,
María hace avanzar la curiosa comitiva a través de la nada más absoluta. El
silencio sólo se rompe por el arrastrar de pies de los niños. Jamás hubiera
pensado cuando un par de semanas atrás fuera a echar un vistazo al recorrido a
plena luz del día, que el paseo se le fuera a hacer tan largo y difícil.
Por
fin, diez interminables minutos después, todavía muy al fondo de su campo de
visión, se perfilan lo que parecen las luces de posición traseras de un
vehículo. El esperado RAV 4 va tomando forma
a un lado del camino a medida que María se acerca.
“Alguien
de confianza se hará cargo”. La voz femenina
que le dio las instrucciones precisas para aquella huida resuena ahora atronadoramente en la cabeza de María.
Contestando a sus preguntas la puerta del conductor del vehículo se abre,
dejando salir una silueta reconocible.
-
¿Rafael? – se sorprende María. Es sin duda la última persona que
esperaba encontrar allí.
-
Buenas noches María – contesta
Rafael pausadamente-. Por favor, las preguntas después. Acomodaos en la parte
de atrás, no hay tiempo que perder.
Pide a
sus hijos que entren por el lado opuesto mientras ella abre el portón y se introduce en el coche. Le sorprende que
los asientos estén cubiertos de plástico, pero no le da importancia. María
cierra su puerta. Cuando quiere darse cuenta
el niño ya está junto a su madre, pero por más que espera, Pilar no
aparece a su lado. Quiere salir a
buscarla, pero la puerta tiene el seguro echado, la otra puerta también se
cierra violentamente.
La niña
se ha alejado del RAV 4, está asustada y desorientada. No le gusta ese señor.
Sabe que su hermano se enfadará con ella, pero no quiere subir al coche. Se ha
alejado unos metros y ha salido del camino. Llora en silencio.
Pasados
un par de minutos ya lo ha pensado mejor y se decide a reunirse con Marcos y
con su madre. Apenas da un par de pasos cuando sucede. La silueta del hombre vuelve a emerger de la puerta del
conductor, con algo voluminoso en su mano derecha y abre la puerta por la que
ha entrado su hermano. Se oyen unos gritos, unos fogonazos iluminan el interior
del coche, y luego nada.
Pilar
corre desconsoladamente en lo que ella espera sea dirección a casa.
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