Fuera
de la casa, de frente a la puerta principal, duda si echar la llave. Meses preparando
ese momento, y siente el fracaso llegar en forma de pequeños detalles. En un instante se rehace, se calma y gira sobre sí
misma. Allí están sus hijos, cogidos de la mano a la intemperie, muertos de sueño, frío y
miedo. Marcos habla a su hermana, intenta reconfortarla, le dice lo que su
madre no para de repetir, que papá se reunirá con ellos mañana.
María
coge a sus hijos, cada uno de una mano, y avanza calle abajo, hacia el extremo
oriental de la urbanización. Más allá el camino continúa, pero no así el
alumbrado. Hace frío, se detiene para asegurarse de que los niños están
adecuadamente abrigados, ajusta sus gorros, abrocha aquí y allá los botones
perezosos de sus abrigos, les abraza y les dice que tienen que ser valientes.
Pilar a duras penas puede contener sus lágrimas, se siente triste y
desorientada, pero nota la mirada severa de su hermano sobre ella y no quiere
defraudarle.