sábado, 21 de marzo de 2015

08 Despertar

Duele. Todo mi cuerpo, de pies a cabeza. No sé donde estoy, diría que estoy tumbado en un lugar cómodo, una cama quizás, sobre una superficie acolchada en todo caso; ¿estaré muerto, enterrado ya? No parece,  el pecho va a explotarme. Trato de recordar lo que me ha llevado allí, pero me cuesta tanto concentrarme...Por fin soy capaz de abstraerme del sufrimiento, pongo toda mi energía a trabajar y mis párpados comienzan a abrirse como una vieja puerta de garaje, con gran esfuerzo. La luz me ciega, cuesta habituarse a ella, como si me negara el regreso al mundo de los vivos. No cedo, ya puedo reconocer...sus ojos.

Grandes como el universo, muero en ellos, siento mi voluntad correr hacia otro lado, dejándome desnudo y débil. Recuerdo la última vez que los vi, esos ojos, hace muchos años ya, el día que dejé todo aquello atrás, en el que ella me llevó en su coche a la que es mi casa y prometió que nos volveríamos a ver. Ya hace tiempo que dejé de esperar. A veces sentado en mi jardín  mi vista se desvía al lugar por donde la vi marchar en su bonito coche rojo. Unas veces sonrío y espero que todo le vaya bien, otras no.




Inopinadamente, los recuerdos más recientes vuelven en tropel como una jauría de perros salvajes, mi nueva vida ha saltado por los aires y la antigua parece que ha venido a instalarse de nuevo. Cierro los ojos para concentrarme y aclarar mis ideas, inseguro de si seré capaz de hablar. Pero necesito respuestas, saber que mi familia está bien...Cuando los vuelvo a abrir decidido a enfrentarme a ella, sus grandes ojos verdes ya no están ahí, y si alguna vez lo estuvieron, habían vuelto a  marcharse.

                                                                  *          *          *
Lleva cuatro horas sentada sin moverse de su lado, viendolo luchar por su vida. Algo ha ido terriblemente mal, la dosis no fue bien calculada, o algo en el organismo de Angel ha hecho que no tolerara bien la droga. Lo que debía ser un ataque al corazón controlado, se convirtió en algo masivo. En la reanimación, Angel había recibido una paliza salvaje a manos de los médicos que le mantuvieron con vida. Al menos ahora, en coma inducido, parecía estabilizado. Esperaban que comenzara a despertar en un par de horas, conforme le retiraban los sedantes. Marina no le quitaba los ojos de encima, no quería más errores. Más allá del evidente rastro que este episodio estaba dejando en Angel, el tiempo había sido benevolente con él, tuvo que admitir. Algo menos de pelo y cada vez más cano, pero por lo demás apenas aparentaba los casi cuarenta y un años que tenía.

De un momento a otro, los ojos de Angel se abrieron, en una agonía silenciosa. Su respiración era trabajosa, parecía atado a esta vida por hilos muy finos a los que se agarraba con desesperación. Sus ojos fijos en los de ella hablaban de una lucha sin cuartel en búsqueda de la consciencia.  Algo se rompió imperceptiblemente dentro de Marina, que no podía apartar la mirada. Por fin, los ojos de Angel volvieron a cerrarse. Marina se levantó y fue a buscar al médico. Antes de salir de la habitación se volvió para comprobar que Angel seguía bien. "Yo no te abandoné, fuiste tú el que decidió marcharse", pensó.




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