sábado, 17 de mayo de 2014

06 Marina - Junio 2001

La luz filtrada por la rendija de la ventana la trae a su nueva vida. Sin abrir lo ojos, arquea su cuerpo desnudo y sólo envuelto en una sábana de satén sobre la cama,  buscando con sus largas piernas  una compañía que sabe inexistente. Marina ha roto una relación de diez años la noche anterior, y aunque ha sido una decisión muy meditada, la resaca le espera larga y destructiva.

El silencio reemplaza ahora el sonido contenido de la habitual actividad matutina de Alejandro, que siempre se levantaba algo antes que Marina, y que le servía de despertador. Finalmente, sus ojos verdes se acomodan a la claridad , su mundo le parece de repente más pequeño.
A sus treinta y tres años, Marina tiene una honda sensación de fracaso. Ser una renombrada psicóloga y especialista del comportamiento en situaciones de estrés le ayudan a entender sus reacciones, pero no a abstraerse del  sufrimiento.
   
Decide ponerse en movimiento, Alejandro vendrá hacia mediodía con unos amigos a recoger sus cosas y no quiere estar allí para entonces. Además tiene que dar clase al grupo "S" esa tarde en la Universidad y necesita preparar el material. Se ducha, se lava y arregla su larga melena castaña, se pone un vestido rojo que ensalza su figura y de paso le hace sentir algo mejor, coge su mochila, con su portátil,  libros, cuadernos y bolígrafos, y sale de casa.

En la terraza de la cafetería al aire libre del campus, mientras prepara el esquema de lo que será su clase en un par de horas, reflexiona sobre la naturaleza del grupo "S". Sólo Marina lo llama así, porque en realidad el grupo como tal no existe. Recuerda ahora la extraña llamada del rector de la universidad, en la que le ofrecía impartir su asignatura a un grupo de personas en unas condiciones muy particulares:  no tendría acceso a la identidad real de ninguno de los alumnos, que se darían a sí mismos unos nombres inventados; además la interacción con ellos debería limitarse exclusivamente al campo de la asignatura; habría una persona supervisando la actividad con poder para interrumpir la clase en el momento en que las normas esenciales no se estuvieran cumpliendo; por su puesto no habría tutorías, a cambio se le facilitaba un documento con dudas del alumnado al día siguiente de cada sesión, que ella o bien resolvía en clase o elaboraba un documento de respuestas para distribuirlo después de auditado por el supervisor. Luego estaba el temario,  referido al comportamiento humano en situaciones traumáticas, sobre todo asociadas a escenarios de gran violencia y pérdida. 

Los alumnos eran todos post-graduados, de entre 25 y 35 años de edad, con una inteligencia media superior a la que encontraba en sus entornos de docencia habitual. Reconocía encontrar las clases académicamente muy estimulantes con opiniones muy formadas y en general un alto nivel de discusión. Y luego, claro, estaba Héctor. 

Cuando tuvo acceso al listado de nombres supuestos de los estudiantes, se encontró con que se habían repartido de común acuerdo los nombres de la mitología de Homero. Héctor se sentaba en tercera fila, entre Helena y Ulises, y desde el principio parecía seguir con especial  interés las explicaciones de Marina. Le calculó veintiséis o veintisiete años y  Marina no era insensible a su atención ni a su innegable encanto. 

Sólo más tarde supo que Ángel era su verdadero nombre. Sucedió un día de los muchos que se colaba en el despacho de la universidad donde Marina impartía tutorías a los alumnos de otros grupos. Al principio su relación giraba estrictamente en torno al contenido de las clases, una vez que Marina dejó claro de forma preventiva que su relación con su pareja era incompatible con ninguna otra. Ángel pareció aceptar, y si sufrió una decepción, no la hizo visible. Pero el tiempo hizo que poco a poco Ángel llegara a a abrir una pequeña brecha en sus defensas, y se hablaron de su infancia, de las cosas que amaban y odiaban, de sus relaciones, pasadas y presentes, y de las cosas que querían para su futuro. Así supo de la existencia de la "Academia", un centro de alto rendimiento físico e intelectual para futuros agentes de una agencia gubernamental. Era el tercer año de Ángel, deseoso de enfrentarse al mundo real.

Inexplicablemente, hacía un par de semanas que Ángel no había aparecido por clase ni por su despacho. Hubiera preguntado a sus compañeros sin la presencia del supervisor no lo hiciera desaconsejable. Además, ahora mismo tenía cosas más importantes en su cabeza de las que ocuparse.

Cuando Marina sube a la tarima se da cuenta que su estado de ánimo no es el mejor. Apenas un par de palabras con el camarero de la terraza son el resultado de su interacción social del día, y ahora se enfrenta a un foro ávido de información que le iba a exigir un gran esfuerzo. Cuando apenas ha organizado sus papeles encima de la mesa y está dispuesta a comenzar con la clase, la puerta se abre y entran Ulises, Helena y Héctor, riendo los tren de alguna broma privada. Se sientan en sus correspondientes asientos y dan paso a un pesado silencio.

Marina se sorprende sintiéndose frustrada. Había estado verdaderamente preocupada por lo que pudiera haberle sucedido a Ángel. Por lo que ella sabía, podría haber sido asignado a una misión o incluso haber muerto y nadie le diría una palabra. Y allí estaba Ángel, sonriente como si no hubiera faltado ni un día a su clase. Estaba furiosa.

- Me alegro enormemente que don Héctor nos premie a todos hoy con su presencia - comenzó-. Seguro que tiene una muy buena excusa para no haberse acercado en las dos últimas semanas... - buscó con la mirada al supervisor, que se movía incómodo en una esquina, algo apartado de la masa de estudiantes... - ¿La tiene?.

No había que ser un experto para sentir el nerviosismo en el supervisor. Héctor se pone en pie en su sitio.

- La tengo

- Volveremos a eso en un minuto - contesta, mientras con el rabillo del ojo ve cabecear incesantemente al supervisor - Pero como comprenderá necesito saber si ha hecho usted sus deberes y está al día con el temario, no quisiera ver retrasarse el programa y perjudicar con eso al resto de sus compañeros.

Durante más de veinte minutos Ángel es interrogado en relación al contenido de la asignatura de las últimas clases. Contesta, una a una, aunque concierta desgana, a todas la preguntas, con la mirada siempre clavada en su mesa, medio concentrado, medio avergonzado.

- Muy bien, - cede Marina- puede continuar en clase-. Ahora la excusa.

- Eso no será necesario, señorita Guerrero - interrumpe el supervisor, mientras sube a la tarima para compartir escenario con Marina- Creo que podemos por dar por concluida la sesión...

- Gracias señor, pero ya le diré yo cuando acaba la clase...

- He estado enfermo - tercia Ángel, que todavía en pie, levanta la vista y la enfrenta a la de Marina.

- Mientes - sentencia Marina sin un atisbo de pasíon en su voz.

- No miento, he pasado por una neumonía, si quiere le traigo un justificante mañana mismo.

- Mientes - insiste Marina-. Recuerda que soy yo la especialista en comportamiento. Y por cierto,  estoy segura de que podrías obtener ese justificante para mañana, y el de un cáncer de garganta si te lo propusieras. Ahora dinos a todos, por favor, por qué has faltado a tu compromiso con esta clase y no has aparecido en las últimas dos semanas.

Marina sabe que está acorralando a Ángel, está usando todo el poder de su posición en la tarima para tratar de sacarle una verdad que de otra forma no tendría. Sabe como debe sentirse Ángel, cuestionado a la vista de sus iguales, cuyas miradas sólo puede suponer clavadas en su espalda.

- La verdad - continúa despacio Ángel -, la verdad es inconveniente. Pero si la quieres saber...La verdad es que hace ya unos días supuse que ibas a tomar una decisión drástica en tu vida y me dije a mi mismo que no era conveniente ser parte de ello. Por tu forma... de enfocar el problema hoy - y dice esto arqueando las cejas y con una media sonrisa cargada de ironía- entiendo que tenía razón.

Marina se da cuenta en seguida de que  Ángel reparte ahora su atención entre ella y el supervisor, situado en algún punto detrás de ella.

- Ramón, ni se te ocurra- espeta Ángel

Cuando Marina se da la vuelta, el supervisor está sacando su mano del interior de su chaqueta, vacía. Se aproxima hacia ella y la coge del brazo.

- La clase ha terminado - dice nerviosamente- Veo que no ha sabido respetar la naturaleza de nuestra relación. Ahora coja sus cosas y márchese. Y por favor, manténgase disponible.

Marina recoge precipitadamente todo lo que había dejado encima de la mesa en medio de un tenso silencio, lo mete en su mochila y sale del aula. Tiene un horrible presentimiento en relación al contenido del bolsillo interior de la chaqueta del supervisor y cree firmemente que hay cosas contra las que la dialéctica no tienen nada que hacer. Imagina la escena alternativa, con ella muerta y un grupo de agentes en ciernes discutiendo como esconder su cuerpo y cubrir sus huellas. Está pálida.

Por fin sale del aula y se dirige al ala opuesta del edificio, a su despacho. Cuando finalmente entra, ve que Ángel está sentado en la silla que él gusta ocupar en sus largas charlas. Siempre pensó que ella usaba la trayectoria más corta para llegar allí, pero al parecer estaba equivocada. Evita preguntar.

- Ahora van a decidir si estás dentro o fuera - le dice Angel mientras ella recoge sus últimas pertenencias y él mira a través de la ventana- Te reclutarán o te eliminarán. Te diría que cambiases de piso y de teléfono, y hasta de vida si eso fuera a servir de algo. Te encontrarán y no van a tardar mucho. A mi ni me van a preguntar, estoy contaminado, pero me dejarán en paz.  Lo siento mucho.

- No lo sientas, yo me lo he buscado bien.- La repentina cercanía de la muerte ha traído a Marina cierta templanza.- Ahora las verdaderas cuestiones aquí y ahora son si un crío como tú puede sacarme de aquí a un lugar seguro al menos por una noche, y si me puede hacer el amor como me hace falta.

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